Noticias de Gonzalo Santelices

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La cosa parte así: perdidos y eufóricos con V en una librería de saldos de Concepción, me topo con Naufragios y rescates de Francisco Coloane. En uno de los textos, Coloane anota el siguiente epígrafe: «Pasa un pájaro / y te sabe la boca / a ceniza / ¿Cuánta muerte hay en tus ojos / y en el desastre de estar vivo? / ¿Cuánta?». Al final del epígrafe, anota: «Gonzalo Santelices Quesada, joven poeta chileno en el exilio, Premio Internacional de Poesía de Jaén, 1985».
Busco en Google los libros de Santelices sin éxito alguno. Encuentro, sin embargo, un texto de Gonzalo Millán que narra su encuentro con el poeta, que en aquellos años residía en España, acompañando a sus padres en el exilio. La anécdota, que incluye a Coloane, está desprovista de cualquier solemnidad. Cito textual: «Me encontré con un joven de 27 años, de estatura mediana y anteojos, que todavía vivía con sus padres y no había perdido su acento chileno. Tenía entonces cinco libros publicados y premiados todos en concursos peninsulares. Por aquel entonces yo residía en Rótterdam, Países Bajos, y hablamos primero de poesía holandesa, chilena y española, en ese orden. Después hablamos de su vida, de cierta naturaleza que implica ser un joven exiliado chileno inserto en la escena poética española. Me contó riendo que para recibir el premio Ciudad de Barcelona lo había acompañado como padrino Francisco Coloane quien había causado sensación durante la cena de gala al extraer de su boca su dentadura postiza y dialogar con ella como si fuera un ventrílocuo.»
Santelices, como Barthes y Camus, murió en un accidente automovilístico. Tenía 36 años. Su último libro, como si de un disco de Hidrogenesse se tratara, lleva por nombre Vida de un vendedor de fotocopiadoras. Es posible encontrar algunos poemas de su penúltimo libro —el último, A una actriz porno, fue publicado de forma póstuma— en el catálogo de Ebooks de Google. Lamentablemente, muchas de estas páginas están censuradas por derechos de autor. Internet tiene una generosidad limitada. Parte del contenido de uso público me permite hacerme una idea de la poética de Santelices. Dentro de los poemas que puedo leer se encuentra este, que me recuerda a Armando Rubio:

Mi vida viene a veces de visita
pasa sin presentarse,
se instala frente a mí,
habla,
se levanta, va ver a mi hijo
que duerme en su aldea de sábanas
y muñecos transparentes,
vuelve
—seguramente estará poco tiempo—,
continúa hablando de lo costoso que es venir
hasta aquí
si no fuera por la fresca sombra
de los olmos sobre el paseo
que conduce a la casa.
Me pide por último
que no haga de esta visita,
de este hilo tendido y fugitivo
un vano dictado de un poema.

Sobre su obra, Millán dice que «urge repatriarla publicando aquí una antología o la recolección de su obra completa». El crítico Niall Binns, que también conoció a Santelices, señala en una entrevista: «Un tema pendiente es la publicación de una buena antología de Gonzalo, cuyos libros están dispersos, perdidos. No sé si hay algo suyo publicado en Chile. Me encuentro periódicamente con el hermano de Gonzalo, Rodrigo, siempre en manifestaciones. (…) Me dijo Rodrigo que todavía hay varios inéditos de Gonzalo (se publicó en 1999 el libro inédito A una actriz porno). En fin, es un tema pendiente».

Esto es todo lo que sé de Santelices. Esta es mi botella lanzada al mar para rescatar, del fondo rocoso de la Isla Decepción, al prematuramente muerto vendedor de fotocopias.

los ojos cerrados del Cristo de los Camioneros

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Noche, patria de postes y señaléticas que destellan al final del camino. Los ojos cerrados del Cristo de los Camioneros. Puerto Montt, Mulchén, Victoria, Cabrero, Concepción. Ruta 5 Sur, marihuana, Sol y Lluvia y una carga de salmones alimentados con antibióticos y harina hecha de tripas de cerdo. Hay un décimo círculo en el Infierno para los humoristas de mierda. 14 horas en la carretera. Mi comida favorita es la cazuela de cordero con cochayuyo. El Chacao ruge, los turistas ríen, ¡ah, Los Turistas! Concepción, Copiulemu. Los días son muchos y la noche es una sola, dice Canetti. Las vueltas son las que dejan. La fiebre del Loco, la Macha, el Choro y la Ostra: la Fiebre de Chile. Mi Dios es la carretera, mi Dios es un Vagón de Tren. Mi Dios es el pálido fuego de una cocinilla. La Marea Roja que mata a un cachorro en la Isla Quehui, el campesino satisfecho. La sirena de las doce suena en todo el archipiélago y es la única sirena que les queda y está bien. Mi Dios es el Cristo de los Camioneros. Mi Dios es la Marea Roja desolando el fondo marino. Mi Dios es el Insomnio de los Neuróticos. Mark E. Smith está muerto, ¡viva Mark E. Smith! Mi Dios es una señalética, su pálido fuego, su afiebrada chispa, en una pésima foto tomada con un celular.

Itaca/Chiloé

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En un par de horas partimos a Puerto Montt para luego lanzarnos a recorrer Chiloé. Dado que mis únicos santos son los poetas, me encomiendo a estos versos de Kavafis: «Cuando emprendas viaje Itaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias. / No temas a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al colérico Poseidón, / seres tales  jamás hallarás en tu camino, / si tu pensar es elevado, si selecta / es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. / (…) / Itaca te brindó tan hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino / Pero ya nada tiene que darte. // Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, /  entenderás ya qué significan las Itacas».

Talca. 08 de enero de 2018. 01:35 a.m.